La política, incluyendo al gobierno y la legislación, no es la Ciencia Política; es, entre otras cosas, el objeto de estudio de esa disciplina también nombrada Politología (hay que tirar a la basura aquello de “Ciencias Políticas”). El politólogo no es el político, el político no es el politólogo. Éste es una clase de intelectual, un tipo de investigador científico. Lo que hace, esencialmente, es trabajar con la cabeza sobre la política (tomada histórica y politológicamente, analíticamente, y no de manera simple y puramente filosófica, manera que suele llevar a ver la política como intrínsecamente buena, o solamente y siempre buena, cuando no es así, ni intrínsecamente mala, o solamente y siempre mala). Por lo mismo, si lo que nunca deja de hacer el politólogo no es política, tampoco es intrínsecamente servicio al poder, ni trabajar para partidos ni en gobiernos o congresos. Todo ello no es ni la obligación del politólogo ni su deber; mucho menos lo único que puede hacer. ¿Puede hacerlo? Diré lo que prácticamente siempre he dicho: como tal puede trabajar en gobiernos y congresos (son el meollo del asunto, no lo que en México se conoce como “órganos constitucionales autónomos”), y no hay mayor problema al respecto, pero no a como dé lugar, no de cualquier forma ni en cualquier momento. Puede hacerlo, como asesor o como consultor, si satisface ciertas condiciones: que se trate de un poder público dentro de un marco democrático, dedicarse o limitarse a lo analítico-argumentativo, no hacer política, no comprometerse político-partidistamente, hacer BIEN todo lo que haga, con todo lo que eso implica intelectual y éticamente. En ese sentido, véanse, por ejemplo, las páginas 26 y 27 de mi texto introductorio a mi libro “Para leer a Sartori” (2009) y la página 9 de mi presentación de las “Cartas a los estudiantes de Ciencia Política” (volumen 1; 2010).
¿Y en relación con partidos? … ¿No es obvio?
- -
Cualquiera que supuestamente sea politólogo y haya sido empleado/asalariado de Mario “el precioso” Marín, un político antidemocrático (e ineficaz) y gobernador epítome de la corrupción, no es digno de confianza, y seguramente no es un buen académico siquiera. Lo mismo vale para esos supuestos politólogos que "se la pasaron" defendiendo y elogiando en público y en privado, a pesar de todo, al indefendible y nefasto y bajo represor “don” Mario Plutarco Marín Torres. Son, simple y sencillamente, grillos marinistas, ni siquiera cerca están de ser buenos politólogos. Ninguno de ellos ha cumplido ni puede cumplir con las condiciones arriba expuestas.