viernes, 4 de mayo de 2012

150 aniversario de la “Batalla de Puebla”: ¿qué podría y debería decir un político mínimamente moderno, democrático, serio, responsable, racional y diferente?

No es todo ni exactamente lo mismo que yo o alguien como yo diría donde sea sino lo que un político mexicano gobernante mínimamente moderno y democrático y serio y responsable y racional y diferente –todo eso en “mínimos”, o en niveles de "suficiencia"- diría públicamente en y sobre la fecha “5 de mayo” dentro de un contexto como el actual, en general y en particular, con todo lo que representa. Qué podría y debería decir ese político, que, además de no ser imposible, ni tiene la responsabilidad del historiador verdadero y profesional ni va a dejar de buscar ventajas y réditos políticos frente a “el 5 de mayo”? Algunas cosas como estas (imaginen que las líneas siguientes son el soporte y la sustancia, esto es, “el mensaje”, de un discurso a ser leído por el político del que hablamos; las líneas podrían ser presentadas de varias maneras para ser leídas en público, pero algún valiente podría atreverse incluso a leerlas directamente; lo demás no interesa aquí, ningún otro detalle):


-Si hay una batalla famosa, a lo largo de la historia mexicana, es la batalla del 5 de mayo de 1862. La Batalla de Puebla. Su fama es suficientemente justa porque muchos mexicanos luchaban por una causa justa: la independencia en la República y la libertad nacional; y porque el Ejército de Oriente venció en esa ocasión al famoso ejército francés.

-El episodio y su contexto han sido bien estudiados. Es posible decir que el tipo de divisionismo interno y el endeudamiento externo debilitaron al Estado y a la sociedad de México, que los franceses eran ilegítimos invasores del país, que el Presidente Juárez estuvo a la altura de las responsabilidades, que muchos actores políticos apostaron por la supervivencia de las instituciones republicanas y que, ese día, Ignacio Zaragoza, Miguel Negrete, Porfirio Díaz, Felipe Berriozábal, Juan N. Méndez, Juan C. Bonilla, Juan Francisco Lucas, Ignacio Mejía y Joaquín Colombres, con la gran ayuda de cientos de hombres y también mujeres, de mestizos e indígenas, hicieron que la vida nacional se cubriera de dignidad.

-La figura de Zaragoza siempre es destacada en los relatos históricos sobre el ejército que defendió a Puebla y, por tanto, a México. Pero no fue el único mexicano destacado (podría agregarse, para suavizar la “dureza” de lo anterior, que: “Zaragoza no lo sería únicamente por haber sido el General Comandante del Ejército de Oriente. Lo sería por su carácter, su firmeza, su valor, su capacidad, y por el mando que ejerció -combinado con la soberbia orgullosa y los errores del ejército francés- hasta lograr la victoria en esa batalla. Fue un buen líder, que siempre puso por encima de su seguridad y comodidad personales sus principios liberales y la defensa del país en beneficio de la gente”. Alguien más “amable” añadiría, si bien con “contención”, algo poco más “sentimental”: “Recordemos que,  muerta su esposa en enero de 1862, Zaragoza se atrevió poco tiempo después a alejarse de su familia, sin descuidarla, y a dejar el cargo de Ministro de Guerra para ir al campo de batalla”).

-La mejor manera de conmemorar los eventos en que Zaragoza fue uno de los protagonistas es entender lecciones históricas vigentes.

-Podemos sacar varias lecciones, directas e indirectas:
Una: la falta de unidad social cuando es necesaria y la polarización de la política de partidos que no esté justificada nos debilitan frente a enemigos reales como la pobreza, la extrema desigualdad socioeconómica, el crimen, la corrupción, entre otros. Enemigos distintos que van contra la libertad.
Otra: la fragilidad social de la economía de un país es uno de los mayores riesgos que enfrenta.
Otra más: los líderes políticos que se hacen de valores superiores, y que luchan por ellos como puede y debe ser en una democracia, pueden crear cambios positivos y duraderos para un país.

-Tal y como pasó en la segunda mitad del siglo XIX, México cambió; ha cambiado, está cambiando. Pero no todo ha cambiado y hay cosas que tienen que empezar a cambiar o seguir cambiando.

-Hay fechas que podrían ser pensadas y comprendidas para fomentar democráticamente la unidad, tanto anímica como racional, de los ciudadanos mexicanos, en estos momentos complicados, y empujar a los gobernantes a satisfacer la necesidad real de consolidar instituciones libres y democráticas. Fechas como el 5 de mayo.

-Que los festejos no sólo sean dignos de ser recordados sino que sirvan para recordar. Recordar el pasado y sus aciertos; aunque también que no es perfecto y que no se trata de vivir en él sino aprender de él, para mejorar la vida en el presente y llegar a un futuro mejor.

-La invitación es a recuperar o conocer los sucesos clave de la época y reflexionar sobre el significado que tienen como piezas de un proceso histórico. Reflexionar para aprender y, a la luz de la actualidad, sustentar un compromiso renovado y renovador con el país.


Se dan cuenta de lo que hay o habría en este “discurso”? Notan qué no hay aquí que suele haber en las “intervenciones” de los políticos mexicanos contemporáneos cada 5 de mayo? (Los subrayados tienen que ser muy útiles en ese sentido…). Sobre todo, en estas líneas no hay amor u odio por el pasado o el futuro, nacionalismo estricto, falsificaciones históricas, surrealismo, “alquimismo” patriotero, exceso retórico, culto a la personalidad, insultos a la inteligencia, irrealismo e irrealidad, inmadurez global, anacronismo, necedad, cinismo, oportunismo estéril, resignación total, cortedad de miras, cobardía mediática, ni todo aquello que prácticamente todos los políticos de este país, gobernantes o no, han dicho hasta ayer y que a la gran mayoría (de nosotros y de ellos tomados individualmente) no ha servido para nada grande.

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